El
asesinato ceremonial |
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Una
catástrofe ambiental |
Por Kashyapa A. S. Yapa |
El sol candente hierve el aire pesado. Buscando alivio, escondí mi cabeza entre las matas de banano junto al Caño Grande, un cauce antiguo del río Sinú. Los costeños pasan esta hora arrullándose en sus hamacas, sin embargo, no disponemos de tanto lujo, recién comenzamos este recorrido investigativo por el Sinú delta. ‘Peep, peeeep, peeeeeep…’ nuestro líder, Iván, balancea su peso sobre el timón; pero no hay ninguna señal de Carlos, el chofer. Don Jesús, nuestro anfitrión, palanquea su canoa aguas abajo para rastrearlo. Yo contemplaba, en serio, una alternativa a este baño Turco involuntario. ¿Un salto al agua lodosa del caño? Por fin..., viene corriendo Carlos, bien agarrado de un paquete en su axila. No importaba que ese tesoro le haya costado una sudorosa corrida de media hora, y quién sabe cuántos miles de pesos, le toco compartir su ‘oro’ para aplacar la furia de Iván. ¿Y qué mismo era? ¡Unos cuatro Bocachiquitos! |
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El Bocachico, el pez migratorio que antes llenaba el río Sinú y sus ciénagas, ahora escasea tanto que nuestro chofer casi sacrifica su trabajo por buscar unos pocos. ¡En apenas dos años del taponamiento del río con su dique de 73 metros de altura, el Proyecto Urrá ha logrado aniquilar toda la población de Bocachico sinuano! |
Don
José, un pescador del Bajo Sinú, evocaba con nostalgia el
pasado, “En las épocas de la Navidad, nosotros pasábamos
bebiendo y el agua, pariendo.”
En esa temporada el Bocachico remontaba el río buscando
sitios donde el agua cristalina corre sobre lecho rocoso, sus
preferidas salas de partos.
En Abril, las primeras lluvias recargaban las ciénagas
con millones de alevines junto con los nutrientes.
Unos meses después, los pescadores podían llenar sus
canoas en pocas horas de trabajo.
No es que esto les convirtiera en millonarios, los
intermediarios les explotaban despiadadamente; pero ellos vivían
tranquilos, porque el río nunca les fallaba. Mientras
los Bocachicos salían río arriba para reproducirse, el
pescador se aprovechaba de otra riqueza: la nutrida planicie de
inundación, a lo largo del río y alrededor de las ciénagas.
Cuando retrocede el espejo de agua, estos playones sin
dueños se visten de las patillas (sandias) que florecían y
engrosaban. Por eso, me sorprendí con las palabras de Don Andrés de San Sebastián, en la orilla de la Ciénaga Grande de Lorica, cuando dijo; “Nunca fuimos pescadores, peor agricultores, de profesión.” Históricamente, ellos han practicado la tradición milenaria zenú de la alfarería. Ciertamente, ellos pescaban y sembraban maíz para comer, pero nadie se preocupaba de venderlo. Nadie quería comprarlo tampoco, el Sinú producía suficiente para todos. |
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Todo esto cambió, con la llegada de la carretera Montería-Lorica en los años cincuenta. La vía taponó muchos caños que unían la Ciénaga Grande con el río, lo que disminuyó drásticamente el nivel de la ciénaga, despejando grandes extensiones de tierras. Estas, antes ocupadas por los campesinos por temporadas, ahora fueron apropiadas por los ganaderos poderosos, quienes invadieron la zona, detrás de la maquinaría vial. La carretera también permitió otra entrada, esta por lo menos beneficiosa, la de los compradores de pescado. De la noche a la mañana, los alfareros abandonaron su ocupación tradicional, y saltaron de cabeza a la ciénaga, repleta de peces. |
Los 2400 indígenas Embera-Katio, quienes habitan el Alto Sinú en una parte considerable del Parque Nacional Paramillo, consideran el Río como su madre de creación. En su cabecera, el Sinú corre apuradísimo, espumando, saltando entre las rocas verdosas, para escapar de su oscuro túnel tropical. Y entre las chozas Embera, cambia a un trote suave, sobre su lecho ancho de cantos rodados resplandecientes; un paraíso en la tierra. Los animales, los pájaros, los peces, las frutas y cereales... todo lo que provee al bienestar de sus familias, los Embera se los deben al Río. |
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Su red de comunicación
interna y externa, dependía totalmente del Sinú. Ellos
navegaban por días enteros, en balsas o en canoas, e intercambiaban sus
productos en los puertos del Bajo Sinú, o por algunas comidas esenciales,
o por cuentas coloridas para la elaboración de sus famosos collares.
Últimamente, cuando las invasiones de los colonos y madereros
exterminaron la caza, ellos dependían exclusivamente de los peces
migratorios, especialmente del Bocachico, para complementar su dieta de
carbohidratos.
Proyecto Urrá: la maldición del
Sinú Sin
embargo, el Proyecto no surgió de la noche a la mañana, sino que hace
parte de un esquema de largo plazo, esbozado por la poderosa mafia
cordobesa: los terratenientes, los paramilitares y los corruptos
comerciantes y políticos. En
la época gloriosa de las grandes represas, fue diseñado para el río Sinú
un inmenso complejo hidroeléctrico, que consistía en un dique monstruoso
en el Alto Sinú (Urrá II) que hubiera inundado casi todo el resguardo
indígena Embera, inclusive gran parte del Parque Nacional Paramillo, y
otro dique pequeño y complementario, más abajo (Urrá I).
Cuando, en los años ochenta, el Gobierno Colombiano logró su
financiamiento, con la ayuda del Banco Mundial, América Latina también
se había enterado de las nefastas consecuencias ambientales de las
represas grandes. Después de
una pelea fuerte contra los ambientalistas, el Banco retiró su apoyo, y
el Proyecto colapso. Los
mismos planos fueron desempolvados en 1992, después de un apagón a
escala nacional, causado por la expansión económica mal-planificada.
Las astutas y poderosas familias cordobesas, de ascendencia árabe
(‘los turcos’) ya se habían apoderado de una buena parte de la torta
política en Bogotá, y ellas urdieron un gran plan energético alrededor
del Sinú para ‘salvar la nación’. También les ayudaba en sus planes siniestros, el comportamiento del río. La alta sedimentación en su lecho, causado por la continua tala de la cobertura forestal, obligaba al río a rebasar sus orillas anualmente, cada vez con mayor destrucción económica. Mientras tanto, las incesantes olas migratorias –campesinos desplazados por la violencia política, fomentada despiadadamente por los terratenientes- seguían asentándose en los terrenos baldíos, casi siempre humedales, alrededor de las ciudades como Montería, la Capital cordobesa. En estos asentamientos anegadizos, con cada inundación se repetían las escenas de familias enteras, congregadas en sus techos, suplicando que les salven sus vidas. Los que promovían la necesidad de controlar las ‘inundaciones devastadoras’ del Sinú nunca desperdiciaron estas escenas. |
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Los nuevos promotores del Proyecto Urrá, aprendieron una lección valiosa del primer intento. Sabiendo la dificultad de conseguir financiamiento localmente para el proyecto completo, ellos optaron por construir solamente Urrá I, el dique auxiliar del plan original. (Los ambientalistas internacionales, quienes vieron como positivo el abandono de la represa más grande, no se dieron cuenta de la serie de desastres que desencadenaría el plan nuevo.) |
Simultáneamente,
estos poderosos cordobeses alistaron sus cañones políticos,
propagandísticos y también paramilitares, con los que iban a
silenciar cualquier oposición que surgiera contra ‘su’
proyecto. El
paramilitarismo colombiano nunca tuvo muchas diferencias con los
militares oficiales en Córdoba.
Una vez, durante la marcha fluvial Embera, Do-Wabura, nos
hospedamos por la noche en una comunidad, ubicada al frente de
una finca de Fidel Castaño, el sanguinario líder paramilitar.
La comunidad no disponía agua potable, se la
suministraba desde el club de Castaño.
Los organizadores de la marcha, recurrieron al pelotón
militar que nos acompañaba, para que les ayuden a conseguir
agua para los marchistas. Me
quedé asombrado de las relaciones cordiales entre los
‘para’ y los militares, que permitió que se nos entregue
todo el agua que se necesitaba, gratis. La
estrategia cordobesa para Urrá funcionó. En 1993, el INDERENA, la entidad gubernamental encargada del
medioambiente, entre las tinieblas de la discreción y la
corrupción, cometió un acto de hipocresía al dividir la
licencia ambiental en dos, una para la construcción y otra para
la operación, y restando importancia a los errores horrorosos
cometidos en sus estudios ambientales, otorgó el permiso para
la construcción del dique. La
constructora, la Asociación Skanska-Conciviles (sueco-colombiana),
se instaló rápidamente en el sitio, a unos 30 kilómetros
aguas arriba de Tierralta, sin que se haya presentado alguna
protesta, por parte de las victimas inmediatas –las familias
de colonos y de indígenas, quienes serían desplazadas por el
reservorio. Durante
el intento anterior para la construcción del proyecto, los
colonos que habitaban en el área se alzaron con protestas
ruidosas. Esta vez,
los promotores del proyecto tomaron las debidas precauciones. Sus
milicias peinaron la zona, aún antes de que se emita el permiso
de construcción, silenciando sin misericordia cualquier voz de
descontento. Do-Wabura – Adiós Río |
Invitado por la ONIC, la Organización Nacional Indígena de Colombia, visité el resguardo Embera, a vísperas de Do-Wabura, para explicarles los impactos que causaría el proyecto hidroeléctrico. A pesar de mis constantes esfuerzos para simplificar los detalles de ingeniería, los Embera fijaron más su atención en este moreno descalzo, que hablaba en Castellano agringado. Pronto se desbordó su curiosidad, y de allí en adelante, ocupé gran parte de mi tiempo dibujándoles las complicadas letras redondas de mi lengua materna, Sinhala, y demostrándoles los millones de usos del árbol de coco. |
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Al regresar una semana después, me encontré con una sorpresa total, parecía que todos los Embera querían bajar por el río. Ellos habían ensamblado 42 balsas, casi todas parecían mansiones flotantes, equipadas con cabañitas de cocina y cubiertas con hojas de platanillo. Salieron del bosque unas 660 personas, hombres y mujeres, mayores y jóvenes, inclusive con bebés lactantes, todos con sus grandes ojos bien abiertos, que registraban todo lo extraño del Mundo mestizo. |
Cuando anclaba esta inmensa flota por la noche en Tierralta, la primera ciudad después del resguardo, se alborotó la zona: “¡Ya vienen los indios!” La mañana siguiente, toda la ciudad se amontonaba en la playa, los mestizos mirando de reojo a las bellas mujeres Embera, envueltas solamente de una tela colorida desde la cadera hasta la rodilla, y ellas, a su vez, viendo con compasión a las otras, que peleaban frenéticamente con el sudor que rebosaba de sus ‘forrados de civilización.’ |
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No había ningún medio de comunicación, que pudiera resistir la noticia de una marcha tan numerosa, colorida e inédita, y todos rodeaban las balsas como pirañas. Mientras, las autoridades locales, como no podían parar a los Embera, en un intento de unírseles, enviaron una lancha de militares para ‘salvaguardar’ la marcha. En el inicio, los indígenas decoraron las balsas con enormes banderas que consagraban la fauna del río, pero ahora, alentados por la atención que recibían, colocaron en sus alrededores numerosas pancartas de protesta. |
La protesta flotante entró a Montería en el cuarto día, entre los aplausos de miles que abarrotaban el puente y las orillas del río. Envalentonados por el recibimiento abrumador, los Embera marcharon hacia el palacio del Gobernador Provincial y exigieron que se les escuche. |
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Los descalzos niños Embera, con sus ojos sin parpadear ante el asombro de ver edificios nunca antes vistos, ni carros, ni vías pavimentadas, lideraban la demostración clamorosa que iba por el centro de la ciudad. Temerosos de quedar ante las lamparillas, sin respuestas a las preguntas mordaces de los Embera, las autoridades se desparramaron. Sin desanimarse, la flotilla continuó su marcha hacia Lorica, el tradicional mercado regional para los productos del río. |
Una semana antes de la Do-Wabura, estuve recorriendo la región del Bajo Sinú, para medir el nivel de conocimiento que tenían los pescadores y los agricultores sobre el Proyecto Urrá, porque ellos también eran sujetos de sus impactos directos. Qué extraño, ¡nadie hablaba nada contra el Urrá! Tal vez, conociendo a los que promovían el Proyecto, no creían todo lo que les pintaban, pero tampoco querían arriesgarse. Los pobres y desprotegidos estaban atemorizados por las fuerzas obscuras que reinaban en la zona. Quienquiera que sopla una palabra de protesta, sería declarado simpatizante de la guerrilla, y todos conocían las consecuencias. Con la ayuda de algunos profesores valientes, me presenté en los colegios y en las escuelas, bajo el pretexto de apoyar a la educación ambiental. En las asambleas y en las aulas hablé directamente con los alumnos, cuyos familias dependían del Río Sinú para su sustento diario. Les expliqué los impactos negativos de Urrá I, y les convoqué a recibir a los Embera, junto con sus padres, cuando llegue Do-Wabura a Lorica. Aún
esta actividad educativa llevaba sus riesgos, y debía
movilizarme discretamente y constantemente para no atraer atención.
Dentro del resguardo indígena Zenú, donde, más de una
docena de líderes comunitarios han pagado con sus vidas en un
enfrentamiento prolongado con hacendados, tomé la precaución
de no hospedarme en la misma casa dos noches.
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Un día, en mi búsqueda de un amigo de otro amigo, un joven me detuvo en su puerta para interrogarme por unos 15 minutos, antes de darme la mano y decirme; “Soy él que buscas. Me disculparás por estos procedimientos penosos de precaución.” |
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La muchedumbre, que se aglomeraba en el histórico desembarcadero de Lorica, les regaló a los Embera lo que ellos buscaban, la publicidad. Frente a las luces y micrófonos de la Televisión, los Embera retaron a las autoridades para que escuchen su voz, cara a cara: “No vamos a volver al resguardo sin encontrarnos con usted, Señor Presidente, ¡le esperaremos hasta que venga usted acá!” |
Esta
amenaza nos cogió a nosotros, el grupo de apoyo logístico de
Do-Wabura, desprevenido.
La dotación de
seguridad, hospedaje, alimentación y facilidades para la salud
e higiene de 660 personas no es nada fácil; peor, cuando la
gente desconoce totalmente la vida citadina.
A duras penas, y con la ayuda de unos cuantos profesores
y líderes comunitarios, logramos encontrar unas instalaciones
rústicas. La dieta
monótona, el calor intenso, la humedad insoportable y el agua
contaminada comenzaron a causar serios problemas de salud entre
los Embera, pero su férrea voluntad no se resquebrajó. El Gobierno Central ya no podía ignorar el pedido de los Embera, sin embargo, los políticos cordobeses le presionaron para que no debilite ‘su proyecto.’ Finalmente, el Presidente Samper les tendió a los indígenas una trampa: les mandó un avión para que llevaran a Bogotá a los 19 jefes de los cabildos comunales Embera, para negociar. Una vez separados de sus bulliciosos seguidores y también del enfoque de atención, los Embera se encontraron sin fuerzas para negociar, y tuvieron que firmar un acuerdo para ‘estudiar los impactos’ simultáneamente con la construcción del dique, a cambio de unas cuantas pelotas de fútbol y unos motores para sus canoas.
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CONTINUA EN... |
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